LA HISTORIA DEL CHUS
Basada en una interpretación libre de los textos del Lucas, el Juan, el Marcos y el Mateos.
***
- ¡Joder Mari! No estarás hablando en serio…
- Pues claro, Pepe. Me he hecho las pruebas.
- Pero eso no pué ser…
- Claro que pué ser, so cabrón. Eras tú el que me decías que controlabas…
La Mari era una cría cuando se quedó preñada. Rondaba los quince, como mucho dieciséis años. Una cría, vamos.
El Pepe, su novio, no era mucho mayor. Se dejaba la barba para aparentar ser un hombre, pero aún no tenía dieciocho, aunque conducía coches desde los quince. En el barrio Este, la gente se espabilaba antes de hora, aunque en algunas cosas seguían siendo unos niños.
- ¿Y qué vas a hacer? ¿Abortar?
- ¡Tú estás tonto o qué! ¿Cómo voy a abortar? Eso es pecado.
- Hombre Mari, pecar ya hemos pecado. No pasa nada por pecar un poco más.
- Que no, que no, que si estoy preñá, voy a tener a mi niño.
- Pero Mari, tu padre te va a matar…
El Quim era el padre de la Mari. Un hombre de armas tomar. Ya le ponía pegas a su hija por salir con el Pepe, que era todo menos un buen chico. Si se llega a enterar que le había hecho un bombo, la vida del Pepe tendría los días contados. Y esto no era necesariamente en sentido figurado…
***
La Mari pasó el embarazo intentando esconder lo evidente. Por suerte, el Quim era lo suficientemente despistado como para no ver que su hija iba engordando por momentos. Y si lo vio, pensó que estaba engordando porque comía de más. Y la Ana, la madre de la Mari, era ciega de nacimiento, así que tampoco vio nada anormal en la niña.
Así pues, llegó el día del parto. La Mari no notó las contracciones hasta el último momento. Demasiado tarde, sin duda. El parto les pilló en el portal de la Belén, una prima mía que salía cada tarde en la tele, en el canal cinco.
Pese a no tener ni idea del tema, más por instinto que otra cosa, la Mari dio a luz a un niño pequeñajo, moreno y peludo. Cuando el Pepe lo cogió en brazos, el niño no lloró. Lo primero que hizo fue estornudar.
- Le llamaremos Chús - dijo la Mari.
Y con el nombre de Chús se quedó.
***
El Balta era un negrata de más de dos metros de alto, puro músculo, que asustaba solo verlo. Se ganaba la vida trapicheando de todo, hierba principalmente, con dos colegas: el Moro y el Chino. Los tres eran conocidos como los Reyes Magos porque su mercancía era mágica: te hacía volar, ver cosas invisibles y sentirte el puto amo.
El Pepe les hacía de camello en el barrio Este, así que cuando se enteraron que había tenido un crío se acercaron para darle la enhorabuena.
El Pepe se fumó unos porros con el Balta, el Moro y el Chino y se quedaron tan colocados que empezaron a ver estrellas fugaces, pastorcillas cantando y ángeles celestiales tocando las trompetas.
- ¡Joder negro! ¡Vaya hierba más cojonuda!
- Lo más, Pepe. Esta hierba viene de sitio bueno.
- ¿Tú también ves a las pastorcillas?
- ¿A las pastorcillas? Yo estoy viendo beber los peces en el río, y eso que este puto torrente no lleva agua ni cuando llueve.
- ¡Qué colocón tío!
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El comisario Herodes era un putero en toda regla. Frecuentaba un club llamado “La puta de Oriente” regentado por una meretriz llamada Herodías y su hija Salomé. Los clientes habituales comentaban que en realidad se lo montaba con madre e hija y que se repartían los beneficios del local. Herodes era mala gente.
A pesar de sus vicios, era comisario y estaba obsesionado con limpiar de drogatas el barrio Este de la ciudad, así que cuando supo que el Pepe trapicheaba para los “Reyes Magos”, pensó que sería una presa fácil.
Lo que Herodes no sabía es que presumir de ello borracho hasta las trancas delante de los clientes habituales de “La puta de Oriente” podría hacerle volar la presa.
El Ángel era cliente habitual de “La puta de Oriente” y aquella noche que Herodes gritaba a los cuatro vientos que iba a enchironar al Pepe, el Ángel estaba pagando las consumiciones y servicios a la Salomé y se enteró de todo. Como era amigo del Pepe, no tardó en ir a buscarle.
- ¡Coño Ángel! Cuánto tiempo…
- Pepe, que el Herodes viene a por ti.
- ¿Qué dices, cabrón?
- Que sabe que trapicheas para el Balta y los otros dos y quiere cazarte.
- Nos ha jodido el Herodes, pues tendré que abrirme, ¿no?
- A lo mejor el egipcio te ayuda a desaparecer una temporada.
- ¿El Tutancamon? ¿Tú crees?
- Claro, dile que vas de mi parte.
- Pero Ángel, la Mari acaba de parir, no la puedo dejar sola con el crío.
- Pues llévatelos, le harás un favor a la Mari. Así el Quim no la molerá a palos.
- Tienes razón Ángel. Eres un colega.
Así fue como, antes del amanecer, el Pepe cogió a la Mari y al Chús y se escondió en casa del egipcio.
***
Pasó el tiempo y Herodes se olvidó del Pepe, así que pudo aparecer de nuevo y volver a sus trapicheos.
Chús fue creciendo y se hizo inseparable de un primo suyo llamado Juan.
El Juan era un par de años mayor que Chús y se pasaba el día pescando en un río con tan poco éxito que se corrió la voz que era un río muerto. Apenas hablaba con nadie ni respondía cuando se le hablaba, así que les dio por pensar que era autista. Y al final todos le llamaron el Juan autista.
Pero el Juan no tenía un pelo de autista. Estaba un poco pallá, pero eso no era de extrañar en el barrio Este de la ciudad. Quien más, quien menos había probado sustancias psicotrópicas y los peces del río del Juan no eran peces sanos…
Lo que muy poca gente sabía era que el Juan estaba loco por una chica del barrio, la Salomé. Su primo el Chús lo sabía y le decía que no era buena gente, pero el Juan perdía la cabeza por la Salomé…
***
El Chús no fue buen estudiante. Discutía siempre con los profesores y ponía en duda sus enseñanzas. Como la mayoría de chavales del barrio Este de la ciudad fue de fracaso en fracaso escolar hasta tener edad para trabajar.
Su padre, el Pepe, le puso a trabajar en una carpintería de aluminio como aprendiz, pero el Chus no servía para eso. Él era más de trapichear como su padre.
El Chús empezó a frecuentar un garito llamado “Los panes y los peces” donde se reunían poco más de una docena de jóvenes a tomarse unas cañas e intentar pescar algo. Alguno se ganaba la vida de camarero, como el Simón. Otros, simplemente, no trabajaban.
Un día el Chus le propuso una idea al Simón.
- Oye, ¿tú has pensado en montarte por tu cuenta?
- Nos ha jodío, pues claro, pero sin pasta, no hay negocio.
- Yo podría poner una parte y nos montamos un bar de copas como Dios manda. He pensado en un nombre y todo: La maga Lena.
- ¿La maga Lena?
- Pues claro, habría un reservado donde la Lena y sus amigas ofrecerían servicios complementarios, ¿lo pillas?
- Ostias Chús, eso sería la bomba… Pero si se entera el Herodes que le hacemos la competencia…
- Que se joda el Herodes, ya está hecho un carcamal. Ha llegado nuestra hora.
- No lo veo Chús…
- Simón, tu será el pilar de mi negocio. Piedra de mi iglesia. Vamos, mi gerente. ¿Aceptas?
- Acepto, Chús.
“La maga Lena” empezó a rodar y al poco tiempo fue captando clientes. Algunos jóvenes como el Matías, el Andrés, el Judas, el Santi y otros empezaron a hacer publicidad entre sus colegas del barrio Este y poco a poco el local fue haciendo caja.
La cosa iba tan bien que al poco tiempo, el Chús y el Simón hicieron socios a sus colegas: el Judas, el Matías y los otros.
Pero la envidia es muy mala. El Judas vio que el negocio daba para más, así que no se lo pensó y traicionó a sus socios montando otro bar de copas con precios más baratos que llamó Abás.
Y como el precio influye en la cuota de mercado, así fue como los vecinos del barrio Este escogieron al Bar Abás y se olvidaron del Chús.
Aquello fue el fin del Chus.
“La maga Lena” cerró y el Chús volvió al negocio del trapicheo.
El problema es que había contraído deudas importantes con Crus y Fisión, que eran dos hermanos gemelos que se repartían el negocio de la coca en todos los barrios de la ciudad. El barrio Este no era una excepción.
Y el Chús llevaba tiempo sin pagarles…
Un día el Chus se cruzó con Crus y Fisión. Fue el fin. Simplemente, desapareció.
Cuando fueron a por el Simón, lo negó todo:
- Quita, quita, yo de eso no sé nada…
- ¿Tas seguro, Simón?
- Te lo juro por mi madre, payo.
Y entonces cantó un gallo.
Esta es la historia del Chús como yo la he contado.
Vicodevansa
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